sábado, 21 de julio de 2012

Anécdotas por el hospital


Al poder salir poco de casa creo que estoy bastante a salvo ante esos efectos perniciosos de que se me suba la fama a la cabeza y cosas parecidas. Claro que también es verdad que uno desea recibir las opiniones de los lectores, poner una cara y ojos a las personas que te leen. Por eso me impresiona cuando me encuentro a alguien por la calle que me dice algo de mi libro. El otro día me ocurrió con dos personas, al ir al hospital. Se me acercan y me dicen que les ha gustado mi libro, yo me sonrojo un poco. Me hace gracia. Y se lo agradezco. Eso sí, noto con frecuencia esa falta de costumbre al dirigirse a una persona con mi apariencia física. La gente no sabe muy bien cómo tratarme, algo comprensible. Me han ocurrido muchísimas anécdotas en este sentido. Una de las escenas más habituales es que me suelen preguntar alguna cosa pero dirigiéndose a la persona que tengo al lado (generalmente mi padre), mientras yo hago esfuerzos para indicar que es a mí a quien tienen que dirigirse; trato de hacerles entender que puedo hablar perfectamente, que sí he tenido la capacidad mental suficiente para escribir ese libro también la tengo para mantener una conversación... También hay personas que o bien que hablan muy alto, como si fuera sordo, o peor aún: que se dirigen a mi como si fuera un niño pequeño. Son cosas curiosas.