domingo, 30 de diciembre de 2012

Con afecto


En alguna ocasión me han pedido si puedo firmar algún ejemplar de mi novela. Es un asunto delicado, que despierta muchas dudas en la gente. No saben si físicamente puedo hacerlo o no, y por tanto tienen miedo de meter la pata o que me moleste su petición. No, físicamente no puedo, aunque si me sostienen la muñeca puedo llegar a garabatear una firma prácticamente ilegible.

En absoluto me molesta que me lo pidan, aunque no me siento muy cómodo con este ritual. La razón no es tanto por la dificultad física, sino porque no acabo de sintonizar con esta costumbre. Me sorprende que haya gente que tenga interés en que deje mi huella sobre el papel impoluto. A fin de cuentas sólo he publicado dos libros, y por tanto me considero sólo un aprendiz.

Aún así, si la persona insiste o realmente lo desea, acabo cediendo, procurando encontrar una solución más o menos creativa, como dictar y que la otra persona escriba la dedicatoria. Ésta no provendrá directamente de mis falanges, pero al menos en la combinación habrá parte de mi voz y voluntad.

De todas maneras, entiendo y respeto a aquellos que les guste esta ceremonia. Para los lectores, es una manera de hacer más personal el libro, y para los escritores es una buena ocasión para encontrarse cara a cara con ese lector que muchas veces sólo se imaginan en sus cabezas.

Los momentos de apuro te pueden sobrevenir al no saber lo que quieres poner. Es complicado componer una dedicatoria original para alguien que no conoces de nada. Muchas veces uno acaba sucumbiendo al típico "con afecto", lo que me parece horrible. Si conoces al destinatario y tienes un poco de tiempo, es más fácil: te puedes fijar en un rasgo suyo, en una palabra que te haya dicho, y tratar de hacer algo potable con eso. Imagino que debe de haber escritores expertos, con una buena batería de recursos en la mochila que les permiten salir airosos de la encrucijada.

Firmar libros sin duda tiene que dar para muchas anécdotas. La escritora Verónica Sukaczer cuenta en un artículo historias como éstas: “Una mujer se acerca y pregunta a un ilustrador que está presentando su libro, el precio. El ilustrador se lo dice. No, insiste la mujer, el libro no, eso. ¿Y sabés qué quería?, me pregunta Blasco. ¡El atril en el que estaba apoyado el libro!. A Sandra Siemens le pidieron que firmara el libro de un conocido autor de autoayuda, como si las obras fueran intercambiables".

Para terminar, os dejo con una serie de viñetas de la revista satírica "El Jueves" sobre el tema. Son fantásticas y muy acertadas.

Hasta otra ocasión. Con afecto...





Fuentes: viñetas de la revista "El Jueves"

sábado, 8 de diciembre de 2012

La increíble hazaña de Philippe Petit


Una de las coincidencias llamativas de Alehop es que en la novela aparece un circo (aunque como he dicho en otras entradas nada tiene que ver con un circo tradicional) y el hecho que la editorial se llame precisamente Funambulista. Realmente es una gran casualidad. Cuando el editor me pidió alguna idea sobre el dibujo de la portada, se me ocurrió ahondar en esta coincidencia y le sugerí un anciano manteniendo el equilibrio a duras penas sobre una cuerda floja. Me pareció que una instantánea así reflejaba de un modo muy simbólico el argumento del libro: unos ancianos que luchan por mantener el equilibrio ante las fuerzas hostiles.

Haciendo una asociación con todo esto, hoy quisiera comentar una historia tan increíble como real. Se trata de la hazaña de Philippe Petit, funámbulo francés, mimo, monociclista y mago, que en 1974 cruzó sobre una cuerda floja las Torres Gemelas de Nueva York, a 400 m de altura.

Según cuenta, la idea se le ocurrió un buen día que estaba esperando en la consulta de un dentista, leyendo un artículo sobre el World Trade Center, que por aquel entonces se estaba construyendo. A partir de aquí empezó a maquinar su plan, acudiendo en numerosas ocasiones a Nueva York para tomar notas. De incógnito, Petit observaba atentamente las ropas de los trabajadores y las herramientas que llevaban, así como los trajes de los hombres de negocios, para poder mezclarse con ellos al intentar entrar. Tomó también nota de los horarios de los obreros, para determinar cuándo podría tener acceso a la azotea.

Petit y su grupo pudieron subir en un montacargas hasta el piso 104, llevando con ellos el equipo necesario el día antes de la hazaña, y lo almacenaron a tan solo diecinueve escalones de la azotea. Para poder pasar el cable a través del vacío que separaba los dos edificios, decidieron usar un arco y una flecha; primero dispararon un sedal, para posteriormente disparar cuerdas cada vez más largas hasta que consiguieron pasar el cable de acero. Por primera vez en la historia de las Torres Gemelas , éstas quedaron unidas.

 El 'crimen artístico del siglo', como así se llegó a llamar, llevó seis años de planificación, durante los cuales Petit aprendió todo lo que pudo sobre los edificios. Tuvo que hacer frente a  problemas tales como el balanceo de la cuerda floja a causa de los fuertes vientos y cómo llevar el cable de acero de un edificio a otro.

 Con 24 años de edad, Petit cruzó las Torres casi terminadas. Fue un evento que duró unos 45 minutos. Durante ese tiempo, además de caminar, se sentó sobre el cable, hizo una reverencia y habló a una gaviota que volaba sobre su cabeza.

Su audaz actuación provocó titulares en todo el mundo. Al ser preguntado por el motivo de la acrobacia, Petit diría: «Cuando veo tres naranjas, hago malabares; cuando veo dos torres, las cruzo».

En 2008, el cineasta James Marsh rodó el documental "Man on Wire" , sobre el paseo de Petit. Me encantó este documental (ganó un Óscar). Os lo recomiendo.







sábado, 1 de diciembre de 2012

El encuentro

En invierno no puedo salir mucho de casa. Mi cuerpo es tan frágil que un simple resfriado me puede causar complicaciones muy serias. En verano no es que pueda entregarme precisamente al desenfreno, pero si tengo la oportunidad suelo salir un poco los fines de semana para ir a ver el mar. El mar, el mar... es una de mis grandes pasiones. 

 Aunque no suelo frecuentar zonas muy concurridas, este verano se me ha acercado alguna persona para decirme que había leído mi libro. Y nunca he sabido muy bien cómo reaccionar: me sonrojo, musito las gracias, y el estómago se me encoge. 

 Cuando escribo siempre me imagino el perfil que puede tener el lector que me pueda estar leyendo. A veces bosquejo su rostro, sus gustos... pero cuando me encuentro cara a cara con él me quedo atolondrado. Creo que esto se debe a que en el fondo aún me cuesta creer que hay gente allí fuera que realmente me lee.

 El otro día, probablemente en uno de mis últimos paseos antes de la llegada del crudo invierno, me acerqué hasta un rincón de una pequeña urbanización donde el mar queda a mis pies. No había absolutamente nadie. Un silencio melancólico y acaparador envolvía la puesta de sol. Entonces vi a una joven en el patio de una casa que me miraba y me hacía señas. Pareció dudar, pero finalmente me preguntó: "¿Eres tú quien ha escrito un libro?". Abrí los ojos y asentí con la cabeza. "Me ha gustado mucho", me dijo. "Me alegra, gracias", balbuceé antes de quedarme callado, muy sorprendido. No atiné a decir mucho más, y después de un par de frases cordiales proseguimos nuestro camino. 

 Cuando llegué a mi destino a la vera del mar le comenté a mi acompañante cuán increíble era lo que me había sucedido, la gran casualidad que suponía encontrarse en ese desierto con alguien que hubiera leído mi libro. ¿Qué probabilidades matemáticas había de eso? Volví a repasar la breve conversación que tuve con mi lectora y sentí rabia por no haber dado más cuerda a nuestra charla. "Quizá crea que soy un poco borde", pensé. Así que al emprender el regreso lo hice con la esperanza de encontrar a esa joven en el sitio donde la había hallado, y tratar de expresarle con más locuacidad la inmensa alegría que había sentido. Pero ya no había nadie por allí. La oscuridad y el frío lo habían ocupado todo. Tan sólo brillaba, henchido, mi corazón.



Por aquí sucedió...