En alguna ocasión me han pedido si puedo firmar algún ejemplar de mi novela. Es un asunto delicado, que despierta muchas dudas en la gente. No saben si físicamente puedo hacerlo o no, y por tanto tienen miedo de meter la pata o que me moleste su petición. No, físicamente no puedo, aunque si me sostienen la muñeca puedo llegar a garabatear una firma prácticamente ilegible.
En absoluto me molesta que me lo pidan, aunque no me siento muy cómodo con este ritual. La razón no es tanto por la dificultad física, sino porque no acabo de sintonizar con esta costumbre. Me sorprende que haya gente que tenga interés en que deje mi huella sobre el papel impoluto. A fin de cuentas sólo he publicado dos libros, y por tanto me considero sólo un aprendiz.
Aún así, si la persona insiste o realmente lo desea, acabo cediendo, procurando encontrar una solución más o menos creativa, como dictar y que la otra persona escriba la dedicatoria. Ésta no provendrá directamente de mis falanges, pero al menos en la combinación habrá parte de mi voz y voluntad.
De todas maneras, entiendo y respeto a aquellos que les guste esta ceremonia. Para los lectores, es una manera de hacer más personal el libro, y para los escritores es una buena ocasión para encontrarse cara a cara con ese lector que muchas veces sólo se imaginan en sus cabezas.
Los momentos de apuro te pueden sobrevenir al no saber lo que quieres poner. Es complicado componer una dedicatoria original para alguien que no conoces de nada. Muchas veces uno acaba sucumbiendo al típico "con afecto", lo que me parece horrible. Si conoces al destinatario y tienes un poco de tiempo, es más fácil: te puedes fijar en un rasgo suyo, en una palabra que te haya dicho, y tratar de hacer algo potable con eso. Imagino que debe de haber escritores expertos, con una buena batería de recursos en la mochila que les permiten salir airosos de la encrucijada.
Firmar libros sin duda tiene que dar para muchas anécdotas. La escritora Verónica Sukaczer cuenta en un artículo historias como éstas: “Una mujer se acerca y pregunta a un ilustrador que está presentando su libro, el precio. El ilustrador se lo dice. No, insiste la mujer, el libro no, eso. ¿Y sabés qué quería?, me pregunta Blasco. ¡El atril en el que estaba apoyado el libro!. A Sandra Siemens le pidieron que firmara el libro de un conocido autor de autoayuda, como si las obras fueran intercambiables".
Para terminar, os dejo con una serie de viñetas de la revista satírica "El Jueves" sobre el tema. Son fantásticas y muy acertadas.
Hasta otra ocasión. Con afecto...
Fuentes: artículo de Verónica Sukaczer en el periódico Clarín
Fuentes: viñetas de la revista "El Jueves"