sábado, 1 de diciembre de 2012

El encuentro

En invierno no puedo salir mucho de casa. Mi cuerpo es tan frágil que un simple resfriado me puede causar complicaciones muy serias. En verano no es que pueda entregarme precisamente al desenfreno, pero si tengo la oportunidad suelo salir un poco los fines de semana para ir a ver el mar. El mar, el mar... es una de mis grandes pasiones. 

 Aunque no suelo frecuentar zonas muy concurridas, este verano se me ha acercado alguna persona para decirme que había leído mi libro. Y nunca he sabido muy bien cómo reaccionar: me sonrojo, musito las gracias, y el estómago se me encoge. 

 Cuando escribo siempre me imagino el perfil que puede tener el lector que me pueda estar leyendo. A veces bosquejo su rostro, sus gustos... pero cuando me encuentro cara a cara con él me quedo atolondrado. Creo que esto se debe a que en el fondo aún me cuesta creer que hay gente allí fuera que realmente me lee.

 El otro día, probablemente en uno de mis últimos paseos antes de la llegada del crudo invierno, me acerqué hasta un rincón de una pequeña urbanización donde el mar queda a mis pies. No había absolutamente nadie. Un silencio melancólico y acaparador envolvía la puesta de sol. Entonces vi a una joven en el patio de una casa que me miraba y me hacía señas. Pareció dudar, pero finalmente me preguntó: "¿Eres tú quien ha escrito un libro?". Abrí los ojos y asentí con la cabeza. "Me ha gustado mucho", me dijo. "Me alegra, gracias", balbuceé antes de quedarme callado, muy sorprendido. No atiné a decir mucho más, y después de un par de frases cordiales proseguimos nuestro camino. 

 Cuando llegué a mi destino a la vera del mar le comenté a mi acompañante cuán increíble era lo que me había sucedido, la gran casualidad que suponía encontrarse en ese desierto con alguien que hubiera leído mi libro. ¿Qué probabilidades matemáticas había de eso? Volví a repasar la breve conversación que tuve con mi lectora y sentí rabia por no haber dado más cuerda a nuestra charla. "Quizá crea que soy un poco borde", pensé. Así que al emprender el regreso lo hice con la esperanza de encontrar a esa joven en el sitio donde la había hallado, y tratar de expresarle con más locuacidad la inmensa alegría que había sentido. Pero ya no había nadie por allí. La oscuridad y el frío lo habían ocupado todo. Tan sólo brillaba, henchido, mi corazón.



Por aquí sucedió...

1 comentario:

  1. Ay, qué escena más bonita; además me he sentido identificada contigo pero al revés jaja Es decir, siendo yo la lectora siempre me cuesta un montón hablar cuando estoy delante de un autor. Posiblemente si hubiera sido esa chica que se encuentra al autor de un libro que le ha gustado, hubiera dudado en acercarme a él y dirigirle la palabra, hubiera dado vueltas en torno a la zona deseando hacerlo hasta que el autor se hubiera pensado que lo espío, y finalmente me hubiera ido con las ganas y un sabor agridulce, arrepentida de no haber dicho nada. (Y si lo hubiera dicho, seguramente hubieran sido tartamudeos sin sentido, que yo lo de escribir bien, pero lo de hablar...)

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